Educar: 8 - Educar en la libertad
Educar
en la libertad
La
persona humana en cuanto se distingue de los otros seres de la creación se
podría definir como: sujeto racional, libre y capaz de amar. De esta
definición, quizás, lo que resulta más difícil de explicar es el concepto de libertad.
Todos vemos que es importante educar para conseguir que nuestros hijos sean
libres y capaces de hacer un buen uso de su libertad. Pero, ¿qué es la
libertad? ¿En qué consiste ese don con que Dios ha adornado a la persona
humana?
Hay
una serie de formulaciones simples, incluso en las definiciones que podemos
encontrar en los diccionarios, que se utilizan habitualmente y que no reflejan
lo que es, en el fondo, la libertad.
Dos
conceptos que se repiten y que son simples reduccionismos son:
-No
estar sujeto, subordinado u obligado en general a nada, o concretamente al
dominio de otro, o al de unas normas, o en contra de la propia voluntad.
-Facultad
de escoger, de decidir, en general y, concretamente, en el obrar.
Trataré
de explicar por qué me parecen reduccionismos, aunque puedan tener algún
contenido de lo que es la libertad.
No
es verdad que no estemos atados a ninguna norma. El hombre no es el propio
autor de sí mismo. Por lo tanto, descubrir la verdad sobre el hombre supone
también adaptarse a esta verdad. Y es precisamente esta adaptación, la que nos
hará libres. La última razón de su actuar no será su voluntad, sino la
adaptación a la verdad sobre sí mismo. En el caso de los creyentes consiste en
conocer y amar la voluntad de Dios para la persona humana en general y para
cada uno en particular.
Todos
sabemos, además, que en la praxis diaria estamos sometidos a obligaciones,
horarios de trabajo, leyes civiles,... que ejerciendo nuestra libertad
cumpliremos aunque nos cueste.
Por
otra parte, pensar que el único ejercicio de la voluntad consiste en elegir,
entre las diferentes posibilidades, la que más nos conviene, nos podría llevar
a pensar que cuanto más sean estas posibilidades, más libres somos. Por
supuesto que hay que tomar decisiones de las que nos haremos responsables, pero
no debemos identificar la libertad, solamente, con la capacidad de elección.
Esta falsa relación lleva fácilmente a los jóvenes a retrasar cualquier tipo de
decisión que conlleve compromiso, el matrimonio por ejemplo, porque los
compromisos reducen las posibilidades de elección. Pero si no se toman
decisiones con compromiso, no se vive.
De
hecho el hombre a lo largo de su vida no escoge muchas cosas. No elegimos
nuestro físico, ni nuestra capacidad intelectual, no hemos escogido nuestros
padres, ni donde hemos nacido, ni elegimos a nuestros hijos, ni nuestros
nietos, ni los maridos o las esposas de nuestros hijos e hijas, ni tantas y
tantas cosas... Y a medida que nos vamos haciendo mayores, cada vez elegimos
menos cosas porque vamos adquiriendo compromisos, y no por ello dejamos de ser
más libres. Porque nuestra libertad se valorará por la respuesta adecuada que
damos a la situaciones que nos toca vivir.
También
ejercemos la libertad ante situaciones que no nos gustan, que no hayamos
buscado y que incluso nos hacen sufrir. Ante ellas podemos optar por la
rebelión estéril o la resignación timorata. Pero lo que tenemos que hacer, es
aceptarlas tal como vienen, poniendo todo el esfuerzo para mejorarlas, y
pensando que son voluntad de Dios.
De
hecho las situaciones que más nos hacen crecer en libertad son aquellas que no
dominamos, las que nos ponen a prueba. Del novelista ruso Dostoievski es este
frase: "Sólo me da miedo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos",
consciente de que la respuesta a las situaciones difíciles son una oportunidad
para demostrar la dignidad de la persona en libertad.
Deberíamos saber explicar a nuestros hijos, a las nuevas generaciones, en que consiste la verdadera libertad. Que la adquirirán a partir de conocer la verdad ("la verdad os hará libres", Jn 8,32), que conllevará compromiso, responsabilidad y respuesta adecuada a las diversas situaciones.
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