Adolescencia: 7 - Diálogo con los hijos

         Diálogo con los hijos


Comenzaremos dando una regla de oro para la comunicación y el diálogo con los hijos: primero, escuchar, segundo, escuchar; tercero, escuchar: y después, mucho después, preguntar, opinar... Escuchar con el oído y, también, con los ojos.


Para escuchar, ya lo sabemos, debemos estar disponibles y atentos. Si no lo estamos, si "mamá está nerviosa" y "papá no tiene tiempo", se guardará sus observaciones y preguntas por otros.


Para escuchar, debemos interesarnos por sus cosas porque el diálogo tendrá como punto de partida los elementos de su vida: los juegos, la escuela, los amigos... No será absolutamente necesario que sepamos las letras de las últimas canciones de moda, ni que estemos al día de las liga americana de baloncesto, ni que sepamos cuál es la cilindrada de las marcas de motos japonesas... pero demostraremos interés cuando nos hablen de estas cosas o de otras similares, porque será difícil que ellos lo hagan de temas tan "apasionantes" como la crisis económica, la bajada de los tipos de interés, la situación de la bolsa en todo el mundo...


En las conversaciones sabremos intercalar las preguntas oportunas con perspicacia, respetando también sus silencios. Siempre, pero sobre todo con los mayores, no podemos forzar las confidencias que deben ser necesariamente espontáneas. Si cuando llega la niña de quince años a casa a la hora de cenar, le está esperando su madre para preguntarle: "¿Dónde has estado?". "¿Con quién has salido?". ¿Qué has hecho? ". "¿Quién te ha acompañado?". "¿De qué has hablado". "¿Cómo iba vestida tu amiga?", es más que posible que no cuente absolutamente nada y que la madre se quede pensando que su hija no le tiene ninguna confianza. Tenemos que saber esperar el momento oportuno, estando disponibles y creando ocasiones de diálogo, no de interrogatorio. Si los hemos escuchado siempre y hemos creado el clima de confianza necesario nos lo acabarán contando.


Si hablamos de ocasiones de diálogo no podemos pasar por alto los momentos de las comidas familiares. Deberían ser una oportunidad para rencontrarnos todos después de haber estado separados por las obligaciones de cada uno. Aunque algunas costumbres y horarios hacen difícil la coincidencia en el tiempo y la tranquilidad suficiente, deberíamos hacer un esfuerzo para que o bien al mediodía o al anochecer y durante el fin de semana respetásemos estos momentos que son importantes para enseñar muchas cosas y, entre ellas, a dialogar. Participando de la misma conversación se explicará lo que se ha hecho, lo que se ha visto, lo que se ha oído, se mirará que intervengan todos y, sin necesidad de moralizar, se juzgarán las cosas y se enseñará a escuchar, a ser objetivos y a respetar las opiniones ajenas. Deberíamos levantarnos de la mesa habiendo aproximado nuestros corazones, más unidos y algo más de acuerdo de cuando nos hemos sentado. Los padres también aprenderemos cosas de nuestros hijos, de las situaciones en que se encuentran, del mundo que les rodea, de sus aficiones... Y si salen algunas cosas más escabrosas, que requieren tratamiento diferente según la edad, las "lidiaremos" con naturalidad, dejando para más adelante la conversación privada con algún hijo.


Para ello, buscaremos otros momentos más adecuados para hablar más íntimamente con un hijo concreto. La imaginación de los padres sabrá encontrar estos ratos para hacerlo, y nuestra disponibilidad nos hará aprovechar las ocasiones que se presenten.

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