Padres: 4 - La necesaria autoridad de los padres

La necesaria autoridad de los padres

Un amigo, padre de una hija adolescente, me contó el disgusto que ésta había tenido a raíz de la fiesta de cumpleaños de una íntima amiga suya. Su mujer y él no creyeron conveniente que volviera a casa por su cuenta y habían ido a buscarla  a las dos de la madrugada, tal como le anunciaron. Se había sentido avergonzada ante la sonrisa irónica de algunos compañeros y amigas y eso le molestó tanto, que fue motivo de un fuerte enfado con sus padres aquella misma noche. Pero, al día siguiente por la noche, los fue a encontrar, y con otro tono, les explicó el comentario de su amiga, a quien sus padres le habían dejado hacer la fiesta sin ningún tipo de control e interferencia (de hecho, habían aprovechado para hacer un corto viaje). Hablando de la noche anterior, y en un momento de sincera confidencia, su amiga le dijo espontáneamente: ¡cómo te quieren tus padres!

Aquella chica detectó la verdadera razón de la intervención de los padres de su amiga, razón que quizás echaba de menos en la actuación de sus propios padres.

El amor es, efectivamente, el fundamento de la autoridad de los padres, autoridad que debe entenderse como un acto de servicio a los hijos. Cualquier autoridad debería entenderse así, pero la de los padres hacia los hijos aún más. Un acto de servicio que sigue al de haberles dado la vida.

Este ejercicio de autoridad es inevitable que, a veces, choque con el afán de libertad, aún no suficientemente maduro, de nuestros hijos. Esto nos exigirá esfuerzo, porque "dejar hacer" puede resultar más fácil que oponernos a algunas cosas, aunque signifique también renunciar a nuestro deber.

Tendremos que decir que no a algún deseo, tendremos que poner límite a la hora de regreso de alguna salida, tendremos que seleccionar las revistas y libros que entran en nuestra casa, tendremos que evitar algunos programas de televisión y controlar y limitar videojuegos e Internet, tendremos que establecer unos momentos de vida familiar...

Pero si la autoridad como padres nos llevara sólo a prohibir o castigar, estaríamos equivocando el verdadero sentido. Nuestra autoridad debe tener, sobre todo, un sentido positivo: debe servir de guía en la exploración y descubrimiento de valores, de ánimo ante el necesario esfuerzo que el proceso de maduración requiere, de estímulo para tomar decisiones y debe ser promotora del necesario espíritu crítico. Si tiene este sentido les podremos explicar, y lo entenderán, que el principal objetivo como padres es ayudarles a que sean personas libres y autónomas, enseñarles a hacer un buen uso de su libertad. Como esto no lo conseguirán de repente, sino que es un proceso que requiere tiempo, los padres tenemos la obligación de velar, para impulsarlo por un lado y para evitar tropiezos irreparables por otra. También les explicaremos que la verdadera libertad no consiste en hacer lo que se quiere sino en querer libremente el bien y, por ello, los padres tenemos la obligación y responsabilidad de mostrar apaciblemente el bien e intentar apartarlos del mal. Y lo hacemos porque los amamos.

Quizás algunas cosas no las entenderán ahora, en el momento que les explicamos o hacemos cumplir, pero lo entenderán más adelante.

De lo que estoy convencido es que los hijos no nos reprocharán el haber ejercido la autoridad siguiendo estos criterios, aunque nos hayamos podido equivocarnos en más de alguna ocasión, pero sería terrible que en el caso contrario un hijo, ya mayor y con el rostro marcado por la desilusión nos pudiera hacer el reproche: ¿por qué me lo dejasteis hacer? o ¿por qué no me lo impedisteis? o ¿por qué  "pasasteis" de mí?


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