Educar: 4 - Ganarse la confianza

     Ganarse la confianza

La confianza es un elemento educativo imprescindible. Entre padres e hijos se consigue si los padres tienen presente una serie de actitudes que, la mayoría, no se pueden improvisar cuando los hijos tienen catorce años, sino que deben iniciarse antes. Veamos algunas.

Buscar puntos de unión. Debemos saberlos encontrar. Aspectos que faciliten la comprensión para que, sin dejar de ser lo que somos, padres e hijos, nos hagan más próximos. Acercarnos a ellos bajando a su nivel. Cuando son pequeños tendremos que echarnos al suelo para jugar con ellos. Será importante que lo hagamos. Un padre que sabe jugar en el suelo con su hijo de pocos años sabrá hacer algo parecido cuando sea mayor. Si lo hacemos estará más cerca de nosotros. Esta actitud no nos mermará autoridad siempre que lo sepamos hacer con prudencia y oportunidad, dejando de lado falsas camaraderías que tampoco deben existir entre padres e hijos.

Razonar. No podemos tratar igual a un pequeño y a un mayor. A un hijo pequeño podemos mandarle o negarle algo sin demasiadas explicaciones. Cuando vayan creciendo desarrollarán la capacidad de razonamiento y no podremos actuar de la misma manera. Tendremos que razonar bien las cosas, aunque no los convenzamos del todo al principio. No valdrán expresiones: "porque te lo digo yo, y basta", sino que, a veces, cuando son grandes es mejor decirles algo como: "¿qué harías tú en mi lugar?", O "¿qué harías con un hijo tuyo?” Ayudarán más a descubrirles la otra cara de la realidad.

Saber escuchar. Una de las barreras más importantes para la comunicación y, por tanto, para la confianza es no saber escuchar. Si no escuchamos demostramos un desprecio respecto a lo que el hijo pueda decirnos y por su persona. De pequeños, tendremos que escuchar pacientemente sus innumerables preguntas y darle respuesta con la profundidad que sea capaz de entender. Si lo hacemos así, de mayores explicarán más fácilmente las cosas. Entonces tendremos que seguir escuchando, estando disponibles en todo momento y evitando la propensión al monólogo que algunos padres tenemos.

Comprensión. Se trata de ponerse en su lugar e intentar entender su forma de ser, de pensar, de comportarse, sus motivos y puntos de vista. Será bueno recordar nuestra infancia, adolescencia y juventud. Con comprensión llegaremos a conocer objetivamente al hijo y tendremos un trato de confianza. El hogar debe ser para los hijos, también para los adolescentes, un lugar donde se les quiere y comprende. Se debe encontrar entre "los suyos", en familia. Un lugar donde todos se ayudan y se defienden mutuamente.

Aceptación y respeto. Son actitudes que van muy ligadas con la comprensión. Aceptaremos nuestros hijos tal como son, que no quiere decir aprobar todas sus conductas. Determinados actos los reprobaremos, pero no con hostilidad, sino con cordialidad y, también, con respeto hacia su persona, porque valoramos enormemente su dignidad y nos lo tomamos en serio. Así ganaremos su confianza. Tendremos en cuenta que a los niños les cuesta entender la ironía y las segundas intenciones y se sienten heridos con actitudes de desprecio y desdén.
 
Optimismo y buen humor. Debemos procurar que todas nuestras manifestaciones tengan un tono positivo. Nuestro optimismo será el mejor refuerzo para obtener la confianza de los hijos. Nos esforzaremos en presentar las cosas con imágenes positivas y nuestra actitud será simpática y amable. No podemos ser ariscos o secos y pretender que confíen en nosotros. No se trata de hacer teatro, pero tendremos que dejar fuera de casa preocupaciones y malos humores procurando una manera de ser agradable, sabiendo poner un poco de buen humor, incluso en las situaciones más difíciles.

Si nos esforzamos en mejorar estas actitudes, mejoraremos, seguro, el clima de confianza en nuestro hogar, absolutamente necesario para nuestra labor educativa.



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