Herramientas: 1 - El valor del ejemplo

                  El valor del ejemplo 

 

           No se enseña ni con lo que se sabe ni con lo que se dice, sino con lo que se hace.
            La persona, a lo largo de su vida, casi no hace otra cosa que repetir lo que ve o ha visto. Nada penetra tan directamente dentro de uno como el ejemplo. Si esto es así para todas las edades, lo es más durante la infancia y la adolescencia, cuando la personalidad es particularmente sensible a la influencia de las personas que lo rodean.
            El ejemplo es el bien más preciado que los hijos pueden recibir de sus padres. Porque la educación no consiste en discursos que, aunque a veces necesarios, siempre son insuficientes. No puede sorprendernos que no hagan caso de lo que decimos, si han sido testigos que lo que hacemos no se corresponde con lo que decimos.
  

          De la educación por discursos o sermones puede el niño, sobre todo llegando a mayor, evadirse. Pero no puede escapar a la influencia de una vida ejemplar. Por eso la educación es tan exigente, porque la educación bien entendida empieza por uno mismo, por la propia formación de los propios educadores.
            Algunas consideraciones sobre el ejemplo podrían ser:
- Para que el ejemplo sea educativo, no puede estar en el gesto que se hace un momento, sino en la manera de hacer habitual de una persona.
- Debe ser natural. No debemos atraer la atención hacia él, porque, entonces, la ostentación en que va envuelto, impide ver su verdadero valor.
- Debe estar lejos de cualquier ficción. Cuando existe la intimidad propia de la vida familiar es inútil intentar mostrarse de forma diferente a como uno es. Es mejor el reconocimiento de los propios errores y carencias, junto con la ilusión para intentar corregirlas y superarlas.
- El valor del ejemplo no es función de la altura del pedestal en que se está instalado - los hijos no necesitan padres perfectos - sino de la lucha por hacer las cosas un poco mejor cada día.
- El ejemplo es una lección que se aprende mejor cuando menos se pretende dar.
- Será la manera en que los padres se harán entender mejor por sus hijos. En la infancia porque no entienden nuestros sermones. En la adolescencia, porque no quieren escucharlos. En la juventud, porque los consideran anticuados.
- Termina dando su fruto, aunque a veces pueda tardar un poco en hacerlo. Por eso es bueno recomendar paciencia y no cansarse. Aquí nos puede servir, por esperanzador, aquel pensamiento de Mark Twain, el escritor del Mississipi: "Cuando yo tenía quince años estaba absolutamente convencido de que mi padre era el más estúpido de los hombres, cuando llegué a los veinte, quedé sorprendido de lo que el viejo había aprendido en cinco años ".
            El ejemplo está al alcance de todos. No necesita ni mucho ingenio, ni dotes de oratoria, ni presencia deslumbrante. Sólo pide que hagamos en todo momento lo que tenemos que hacer ... casi nada!

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