Educar: 1 - Raices y alas

         Raíces y alas
    

        Leí hace poco una cita que decía más o menos así: "debemos dejar dos legados a nuestros hijos: uno, raíces, el otro, alas."
            Aunque a primera vista pueda parecer que contiene una contradicción, pienso que da, de forma simbólica, la doble dimensión de la educación, recogiendo dos grandes objetivos que se deben compaginar y hacer factibles a la vez.
            Las raíces que fijan en el suelo y las alas que permiten levantar el vuelo, ¿pueden ser símbolos de la misma tarea: la educativa?
Pues, sí. Quizá por eso es tan difícil educar bien... quizá por eso se puede considerar la educación un arte.
            Raíces, significa dar fundamentos sólidos y modelos de referencia que den respuestas seguras y firmes a muchas cuestiones de la vida.
            Alas, significa lograr la autonomía necesaria para hacer un buen uso de la libertad.
            Ambas cosas no sólo no se contradicen, sino que se dan sentido mutuamente. La primera hace posible la segunda, y esta completa la primera. Las dos requieren la atención necesaria. Haríamos un mal servicio a los hijos si rompiésemos el equilibrio necesario entre las dos. ¿Estamos en el punto idóneo de este equilibrio?
 

           No podemos pensar que lo que nuestros hijos deben aprender ya les llegará de alguna manera a través de no se sabe qué, o quizás a través de su propia experiencia. Hay muchos jóvenes confundidos y dispersos porque sus padres lo creyeron así o actuaron por desinterés como si lo creyeran. Jóvenes a quienes sus padres les han enseñado muy poco. No les han dicho cómo comportarse. No les han explicado cómo controlar sus fuerzas ni cómo organizar sus ideas.
            No podemos desperdiciar treinta o cuarenta años de nuestra propia experiencia ni quince o veinte años de su vida, y no enseñar a nuestros hijos lo que hemos refrendado como seguro y firme.
            Es cierto, que como dice Chesterton, "debemos estar bastante seguros de una cosa para decírsela a un niño", pero sería imperdonable no transmitir aquello de lo que estamos seguros, como sería un absurdo concluir que como no estamos seguros de nada, más vale no ponerse. Lo sería porque no es verdad, y porque, en todo caso, deberíamos hacer el suficiente y sincero ejercicio de reflexión sobre las cosas importantes de la vida, pensando en la responsabilidad que tenemos de dar criterios claros a nuestros hijos sobre ellas.
 

           El quehacer educativo tiene, también, el sentido de crear autonomía. Por ello, de acuerdo con la edad, pero desde muy pequeños, debemos darles la iniciativa en la realización de algunas tareas y confiar plenamente en ellos. Sabremos conceder parcelas de autonomía. Sabremos promover la toma de decisiones, apropiadas a cada edad, y de las que deberán responsabilizarse, porque de esta manera vayan adquiriendo la capacidad de ejercer su libertad. La excesiva protección o hacer las cosas por ellos, no lo favorecerá. Como tampoco lo favorecerá un clima excesivamente autoritario que deje poco margen a la iniciativa.
Raíces y alas... He aquí un doble reto que resume la tarea educativa.

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