Adolescencia: 1 - Los padres ante la adolescencia

Los padres ante la adolescencia

       Preguntando a un grupo de adolescentes que les parecía que era la adolescencia, uno no dudó mucho en su respuesta: "La adolescencia es esa etapa de la vida en que los padres y profesores se vuelven insoportables", dijo.
       Quizá tenía razón. Ante la necesaria crisis de la adolescencia los grandes no siempre estamos a tono con la situación. Repasemos algunas actitudes de los padres siempre necesarias y, más que nunca, en esta etapa de nuestros hijos:
- Serenidad. Nos provocarán, con actitudes, comentarios, opiniones aparentemente contrarias a nuestra manera de entender las cosas. Necesitan hacerlo para probarnos y afirmar su personalidad. Tranquilos, no pasa nada! Diremos lo que pensamos serenamente y sin gritar. Sabremos distinguir lo que tiene importancia de lo que no lo tiene, y daremos nuestra opinión con tranquilidad, si es necesario corregiremos con firmeza, pero sin gritar. Cada vez que chillamos será porque nos faltan argumentos, y al hacerlo perderemos un poco de autoridad y el necesario ambiente familiar de paz y alegría.
- Seguridad. Necesitan nuestra seguridad en aquellas cosas importantes. Esto nos hará revisar cuáles son y porqué. Muchas crisis de adolescentes son crisis de convicciones de los padres. Si dudamos de todo no enseñaremos nada. Una seguridad sencilla, no dogmática, fundamentada y bien arraigada. No en todo, sino en lo que es importante.
- Cariño. Aquel niño, aquella niña, que cuando llega de la escuela ya no besa a la madre, continúa, aunque no lo parezca, necesitando de nuestro afecto. Afecto que no quiere decir dejar hacer, consentir, sino que, muchas veces, deberá hacernos decir: "No te lo dejamos hacer o no te lo damos porque te queremos y queremos lo mejor para ti". Cariño que nos hará escucharlos, comprenderlos, interesarnos por sus cosas y ayudarles.
- Disponibilidad. Parecerá que rechazan a veces nuestra conversación. Pero es necesario mantener la comunicación con los adolescentes. Y por eso habrá que estar dispuestos y disponibles en cualquier momento. No nos explicarán las cosas cuando nosotros queramos, sino cuando ellos quieran. Si entonces nos encuentran disponibles lo harán, y si no, habremos cortado un hilo de la comunicación. Y cuando nos expliquen algunas cosas no nos escandalizamos. No diremos, "Esto en mi tiempo no pasaba". Si lo hacemos cortaremos otro hilo de la comunicación. Escucharemos porque nos encontrarán disponibles y daremos nuestra opinión sincera y el consejo oportuno.
- Argumentación. Tendremos que dar argumentos, razones. No vale el "porque sí" o el "porque lo digo yo que soy tu padre". Deberemos explicar las cosas y habrá que pensarlas previamente. No olvidaremos que el mejor argumento será nuestra vida y nuestro ejemplo. Y eso nos exige. De todos modos los hijos no quieren, no necesitan, padres perfectos, sino padres que luchen por mejorar sus defectos.
- Confianza. Tendremos que confiar en ellos. No sólo no nos queda más remedio, sino que es necesario para que puedan desarrollar su iniciativa, autonomía y libertad.
       Una característica, quizá la más interesante de la adolescencia, es que, como todas las cosas de esta vida, pasa, se acaba, no dura siempre. Cada vez cuesta más porque la vida actual ayuda a prolongar esta etapa y dificulta la llegada definitiva de la edad adulta: los estudios no se acaban nunca, los primeros trabajos son eventuales, los chicos y las chicas no se acaban de ir nunca de casa de los padres (hace unos años el problema era quizás lo contrario), pero llega un momento que se acaba y los ex-adolescentes reconocen las buenas intenciones de sus padres.
       Por eso es bueno recomendar paciencia y no cansarse. Aquí nos puede servir, por esperanzador, aquel pensamiento de Mark Twain, el escritor del Mississipi: "Cuando yo tenía quince años estaba absolutamente convencido de que mi padre era el más estúpido de los hombres, cuando llegué a los veinte, quedé sorprendido de lo que el viejo había aprendido en cinco años”.

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